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proceder tan generoso, y tomó la mano de la condesa para besarla.
 ¡Que vengan, que vengan! dijo el militar.
Esto diciendo, la niña acudía ya para quejarse de su hermano.
 ¡Mamá!
 ¡Mamá!
 Es él, que...
 Es ella...
Las manos estaban tendidas hacia la madre y las dos voces infantiles se
mezclaban. El cuadro no podía ser más imprevisto y delicioso.
 ¡Pobrecillos! exclamó la condesa rompiendo en llanto. Será preciso
abandonarles. ¿A quién se los entregará el juez? ¡Oh! ¡yo los quiero para mí! El corazón
de una madre no puede olvidar nunca.
 ¿Es usted el que hace llorar á mamá? dijo Julio dirigiendo una mirada de
cólera al coronel.
 ¡Cállese usted, Julio! exclamó la madre con aire imperioso.
Los dos niños permanecieron de pie y silenciosos, examinando á su madre y al
extraño, con una curiosidad que es imposible expresar con palabras.
 ¡Oh! sí, repuso la madre, si me separan del conde, que me dejen los hijos y me
someteré á todo.
Esta escena decidió definitivamente el éxito que la condesa esperaba.
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Librodot El Coronel Chabert Honorato de Balzac
 ¡Sí! exclamó el coronel como acabando una frase mentalmente empezada. Yo
debo sepultarme de nuevo. Varias veces me lo he dicho.
 ¿Puedo yo acaso aceptar tal sacrificio? respondió la condesa. Si ha habido
hombres que han muerto por salvar el honor de su querida, es lo cierto que sólo han
dado su vida una vez. Pero en esta ocasión usted la daría todos los días, á todas horas.
No, no, eso es imposible. Si no se tratase más que de su existencia, no sería nada; pero
firmar que usted no es el coronel Chabert, reconocer que es usted un impostor, sacrificar
su dicha, repetir una mentira á todas horas del día... ¡Oh! no, la abnegación humana no
puede llegar hasta ahí. Piense usted bien en ello, no. Si no fuese por mis pobres hijos, yo
habría huído ya con usted hasta el fin del mundo.
 Pero, repuso Chabert, ¿es que acaso no puedo vivir aquí, en este pabelloncito,
pasando por uno de sus parientes? Yo estoy hecho ya un carcamal y sólo necesito un
poco de tabaco y El Constitucional.
La condesa lloró amargamente y se entabló entre ella y el coronel un combate de
generosidad, del cual salió vencedor el soldado. Una tarde, viendo á aquella madre en
medio de sus hijos, el soldado quedó seducido por las conmovedoras gracias de un
cuadro de familia, en el campo, en medio de la sombra y el silencio. Tomó la resolución
de seguir apareciendo muerto, y no asustándose ya ante la autenticidad de un acta,
preguntó qué era preciso hacer para asegurar irrevocablemente la felicidad de aquella
familia.
 Haga usted lo que quiera, le respondió la condesa; pues confieso que yo no
debo ni puedo mezclarme en nada de este asunto.
Delbecq había llegado hacía algunos días, y siguiendo las instrucciones verbales
de la condesa, el intendente había sabido ganarse la confianza del anciano militar. Al día
siguiente por la mañana, pues, el coronel Chabert partió con el antiguo procurador para
Saint-Leu-Taverny, donde Delbecq había hecho preparar en casa del notario un acta
concebida en términos tan crudos, que el coronel salió bruscamente del despacho
después de haber oído su lectura.
 ¡Mil truenos! ¡haciendo esto sería un santo, pero siempre pasaría por un
falsario! exclamó.
 Señor, le dijo Delbecq, yo, en su lugar, no me apresuraría á firmar ese
documento y procuraría sacar treinta mil francos de renta. Estoy seguro que la señora no
se los negaría.
Después de haber anonadado á aquel pillastre jubilado con la luminosa mirada
del hombre honrado que se indigna, el coronel huyó presa de mil sentimientos
contrarios: se volvió desconfiado, se indignó y se calmó sucesivamente. Por fin, entró
en el parque de Groslay, por la brecha de un muro, y se fue lentamente á descansar y á
reflexionar á sus anchas á un gabinete que había debajo de un kiosco, desde el cual se
descubría el camino de Saint-Leu. Como que el paseo de árboles estaba recubierto con
esa especie de tierra amarilla que se suele poner á veces en lugar de la arena, la condesa
estaba sentada en el saloncito de esta especie de pabellón, y no oyó al coronel, pues
estaba demasiado preocupada con el éxito de su empresa, para prestar la menor atención
al ligero ruido que había hecho su marido. El veterano no vió tampoco á su mujer, que
estaba en el pabelloncito situado encima de él.
 Y bien, señor Delbecq, ¿ha firmado? preguntó la condesa á su intendente al
ver que venía solo por el camino.
 No, señora. No sé lo que le ha pasado á ese hombre; pero lo cierto es que el
caballo matalón se ha encabritado.
 Vaya, veo que aprovechando la circunstancia de tenerle en nuestro poder,
tendremos que meterle en un manicomio.
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Librodot El Coronel Chabert Honorato de Balzac
El coronel, al que la indignación dio fuerzas para saltar el espacio que le
separaba del intendente, se plantó delante de él y le dio las dos bofetadas mayores que
jamás haya podido recibir un procurador, al mismo tiempo que le decía:
 Puedes añadir también que este caballo matalón sabe tirarte á tierra.
Disipada la cólera, el coronel no se sentía con fuerzas para volver á repetir el
salto que había dado. La verdad se le había aparecido en toda su desnudez. Las palabras
de la condesa y la respuesta de Delbecq le habían descubierto el complot de que iba á
ser víctima. Los cuidados que le habían sido prodigados eran un cebo para cogerle en el [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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